domingo, 19 de abril de 2015

California dreams

Querida puertecita cerrada en cabina por copiloto suicida,
te resumo en siete lineas que pueden ser catorce ( o más porque escribir y cagar, todo es empezar) nuestra Semana Santa en USA.
El vuelo de ida fue incomodísimo porque me toco de vecino un chaval con obesidad morbida y cada vez que quería ir al baño o a estirar las piernas, montábamos una escenas que ni Mister Bean. Vi la pelicula Pride y casi se me saltan las lágrimas: año 1985: los activistas gays de Londres, c on no pocos problemas, se meten en el embolado de ayudar a los mineros galeses, comunidad no muy gayfriendly a bote pronto. Y hasta ahi puedo leer. Cuando llegamos a Los Ángeles cogimos un bus especial que nos llevó al Rent a Car. Después de discutirnos con el comercial porque el precio inicial no se parecía en nada al final una vez añadidos seguros a todo riesgo y demás cuchiflautas, nos fuimos al parquing y elegimos el coche que más nos gustó. América es así. Tú pagas un tipo medio de vehiculo y entre los de la misma gama te llevas el que te hace más gracia. Al intentar salir, en la barrera, la chica mexicana que comprueba que todo esté bien y toma los datos de la matricula, nos dijo que se nos había ido la olla y que habíamos cogido un coche muy por encima de nuestras posibilidades (me suena tanto esta frase). Una cosa es gama media y otra la Melrouse Place. Como no cargamos a tiempo los mapas de EEUU, Canadá y Méjico en el Tom Tom tuvimos que ir todo el viaje con  planos muy básicos. Los hados se pusieron de nuestra parte y enseguida enfilamos la Interestatal 5 que va dirección sur hasta la frontera con Méjico. En dos horas hubiéramos estado en San Diego por esa autopista de ¿7? ¿8? carriles, si no llega a haber un mega accidente en Los Cristianitos. De chiripa en San Diego encontramos el hotel. Eran la 1 a.m. hora local (las 9 a.m. hora española).
Los dias siguientes fueron días de reuniones en oficina, de charlas en clínica y de dejar sangre y mini yos. Te marearía con lo engorroso de los contratos de más de cincuenta páginas, de los vericuetos legales y retoques improvisados y simpáticos de última hora. Hoy por hoy seguimos sin conocer a la que parece ser la donante perfecta y con la incertidumbre de los procesos que han de tomar forma. Por ello, te cuento la parte más lúdica del viaje: los ratitos libres.
Los hubo para ir a la playa: Black Beach. Famoso remanso de paz separado del mundo por acantilados.  Gay y nudista. Un día con David y otro yo sólo porque él se cansó de tanto sol y tan poco chiringuito con sombra. El día que fui sólo hice amistad con Luc, un chico que a los pocos minutos de hablar conmigo me preguntó si tomaba drogas, le dije que no, que tuve un pasado pero... Para entonces ya se había sacado una botella de plástico tipo Fanta de medio litro rellena de un líquido transparente ¿GHB? y se había tomado un chupito. Llevaba otra botella con unos renacuajos dentro en un poco de agua sucia y decía muy contento (ya estaba muy contento cuando lo conocí)  que los iba a vender a 50 $ el bicho. De repente se espantaba por cosas que caían (únicamente en su cabeza), pero yo, pegaditos al barranco que estábamos, no ganaba para sustos. La imagen que debíamos dar los dos medio corriendo espantados cada cinco frases. Luc no se dió por vencido con el chupitoxic y me dijo que tenía más de todo. Sacó un neceser cargado como para que nos enchironasen una buena temporada. Le dije que no, que tuve un pasado pero... Para entonces ya se había ido a hablar con un chaval que meaba a cincuenta metros y que escapó como pudo de su torpe encerrona, inconexa en el habla y absurda por los vaivenes de barco a la deriva que era su cuerpo. Luc habló con otro, que no escapó porque ya se debían conocer de otras tardes y después vino a mi para caerse sobre la toalla sobado perdido. Lo dejé porque era su fiesta; dormitaba pero al tiempo piernas y brazos se contorsionaban en una danza preocupante; no caminé cien metros que volví sobre mis pasos y me quedé con él; el sol se ponía y la temperatura allí oscila unos 20º entre el día y la noche; aguantaría hasta que se le pasaran los efectos del happy coctail. Como los estertores en su duermevela asustaban por momentos tuve la tentación de avisar a los guarda costas que pasaban cerca en su furgoneta pero ¿dónde escondía el alijo? ¿cómo explicaba que a ese tio lo acaba de conocer por mi tendencia innata a hacerme amigo de los tipos más freakys? Finalmente, a la media hora, lo desperté; ví que  estaba bien y me fui. El sol se ponía en el Pacífico para nosotros.
Otro "personaje" se nos cruzó en el camino (nunca peor dicho) en el barrio gay de Hillcrest. Saliamos David y yo de cenar a eso de las 10 p.m. un domingo y nos pareció que la gente iba muy borracha. Este tipo del que hablo se había caido de un puente de unos 6 metros de altura y se había quedado espanchunflado contra el suelo. Los de la ambulancia le preguntaban -supongo- qué había pasado o si se había roto algo y él medio riendo, puro happy hour, señalaba el cielo, arriba del puente, desde donde lo mirábamos estupefactos nosotros.
Tuvimos tiempo de ir un día a hacer footing al Balboa Park, chulísima experiencia; de pasear por Old Town, una versión muy teatrera, al más puro estilo Port Aventura, de lo que ellos entienden que fue la ciudad colonial española; de ver el Sky Line desde la islita de Coronado; de cenar en Little Italy; de escaparnos al desierto y dormir en el oasis donde se asienta la ciudad de Palm Springs (fue -resort privado con su piscinita, su jacuzzi, sus maricas en pelotas por doquier,... nuestro momentazo zen; un poco de relax después de tantos nervios; la casualidad quiso que coincidiéramos con los dos mejores amigos de los mejores amigos de David y con ellos fuimos de copas y hablamos de lo profano y lo divino; nos hubiéramos quedado una semana entera allí; como quien deja la playa de Barcelona para irse a Los Monegros); de ver verdaderos freakys del cine en Hollywood Boulevard (dice mucho de nosotros también la foto que se hizo David a ras del suelo con la estrella de Greta Garbpo y yo con la Micky Mouse) y cruzar Santa Mónica y Beverly Hills en las últimas horas de viaje. Y en un suspiro de cuatro horas enfilábamos el camino inverso para enfrentarnos ya en casa con un jet lag que nos amargó dos días. Jet lag mezclado con nervios. Y es que nadie dijo que lo nuestro iba a ser fácil. En ello seguimos. Quizás me anime de nuevo a boxear, como tú. Realmente te quedas como nuevo.
Besitos de tu coliflower,
Johnny Love