Querrida
Rita, Barberá, desinflada como un globo que surca los
cielos de Valencia, Alicante y Murcia, muy desinflada pués, y
embellecida por mil retoques a costa de la trama Gürtel, como si de una
contabilidad B se tratase, muy guapa, pués:
Quedé
en que si no acababa disecado en un cuarto oscuro (señal de que seguía
vivo) te narraría nuestras peripecias en moto por la Catalunya Nord y
las mías por Santorini después de ocho años desde que deje de
vivir allí.
En
Occitania hicimos una ruta circular: zig zag hasta el Coll de
Puigmorens en un paisaje impresionante durmiendo en Foix, con su
Chateau, su villa medieval y sus danzas africanas, un festival exótico
que ya va por su no se qué edición; de alli al Chateau de Montsegur, en
lo alto de una loma agotadora; comer en el pueblo del mismo nombre fue
una de las grandes experiencias del viaje, del año: tan sencillo el
restaurante, tan afables, en medio de una naturaleza espatarrante de tan
verde y grandiosa, tan alejado de todo, Lou Sicret, se llamaba aquel
encantador albergue comedero, también será tu Sicret; de allí a
Carcassonne, pedazo ciudad amurallada, patrimonio de la Humanidad no sin
antes pasar por la plaza medieval más colorista y simpática donde
jamaás haya estado: Mirapeix.
Rodear ciudades hermosas con la motita y con un calor entumecedor es
una experiencia que hemos convenido en repetir más veces, realmente
grande; lástima de no poder recorrer Carcassonne por dentro del mismo
modo; estábamos agotados. Después de pernoctar allí seguimos el circulo
deforme hasta Lagrasse, su abadía, su río, su pueblo medieval y los
Chateaus puramente cátaros: Aguilar, Queribus y Perpetussa, todos
encaramados en montañas imposibles, semi en ruinas pero con recodos
mágicos que harían las delicias de imaginaciones desaforadas como la de
Oriol y Anna. Otro lugar para no olvidar fue la Garganta (Gorges, que
dicen ellos) de Galamús. Acantilados que no parecen tener fondo
atrabesados por una carretita de chichinabo excavada en la roca. Y de
ahi a Perpignan, donde seguimos dos rutas urbanas que recomendaba mi
guía. La del barrio de San Joan, chulo, y la del barrio de Sant Jaume,
chungo, del que sólo se salvaba el Palacio de los
Reyes de Mallorca, que cúmulo de callejuelas feas y gentucha de
negocios turbios y mirada severa. El regreso fue agotador, primero por
la D900 y pasada la frontera, convertida en Nacional II con sólo una
parada en sant Pol para darnos un baño y en Barcelona para tomar una
horchata en Sirvent. En total 850 kms, que no están nada mal para una
dos y medio (250 centimetros cúbicos de pura sangre).
El
viaje a Santorini, por el contrario, abarco apenas 30 kms. Otros 30 si
añadimos la isla de Amorgós. Pero ¿se pueden medir en metros los
momentos vividos? ¿litros de nostalgia? De allí te dejo sus puestas de
sol: en Ia, en Faros, en Thira, ...sus playas de Blijada, Mesa Pigadia
(discutiendo con mi amigo Fernando para mejorar nuestras respectivas
vidas en pareja), Koloumpos (con César y Lucas) y dos
momentos desastrosos:
uno,
de cuando quise ir con una moto por un camino senderista de Rachoula a
Vrutsis, en Amorgós y de como después de una hora de empujar dicha moto
por escalones naturales durísimos, me ayudo una jroña ke jroña, de negro
recio y burro amarrado en un matojo, sesenta tendría, la señora, el
burro, no sé, y alcanzamos la cima, que vino ella, que si no, yo por
vergüenza en la vida pido ayuda, que me hubieran dicho de idiota (o
"malaca", que dicen ellos) para arriba,
y
otro, de cuando se quemó la central eléctrica de la isla y media idem
se ha quedado sin luz los últimos días; una catástrofe para el turismo
en plena
temporada alta y por ende, para amigos y conocidos, que ven como el
turista que no tiene luz y agua, lo cancela todo y se marcha.
Un
granizado de fresa y limón (en Kamari) y una mazorca de maíz rustida
(en la playa Roja) para endulzar este final de relato y el agua que tan
ambalmente me dieron unos vecinos cuando apenas podía hablar en Vrutsis.
Gente buena, siempre, hasta debajo de las piedras. En este caso,
arriba. Montaña arriba.
Filakia (besitos).