martes, 8 de abril de 2014

Salvadora

Buenos dias Ester,
soy la Doctora Freixes, médico de cabecera de Juan Quetglas, casi amiga, qué remedio, de uno de los pacientes que más me visitan. No es el más longevo, si es, con todo mi cariño, el más pesado.
Nos conocemos desde hace unos quince años. No tengo el sobre con su expediente aquí. De un tiempo a esta parte apuntamos todas las visitas en el ordenador. Con ello nos ahorramos mucho papel y en cualquier lugar donde se visite el paciente pueden tener su historial a mano. Aún así conservo, por expreso deseo de Juan, radiografías, angiografias renales,... de finales de siglo para seguir su descalcificación ósea, posibles fibrosis pulmonares, desgastes tisulares y otros procesos evolutivos que no tienen mayor degeneración que la propia de un cuerpo que envejece.
Juan es una de esas personas que se ata su nombre y su teléfono en un papel a una pulsera cuando se va de viaje; si le digo de broma en la consulta "Hasta nunca" no entiende que no le quiero ver más por dislates que ha visto en la televisión y vuelve atrás pensando que "hasta nunca" es igual a cáncer terminal.
Vale que tiene algunas células minúsculas que se han de estirpar y que tiene el esófago hipersensible, lo que s etraduce en episodios de eurptos post digestiones, por lo general abundantes y rápidas, pero no son nada comparado con con los registros diarios severos de displasia y de ph-metrias esofágicas.
Juan me ha pedido que te escribiera cuatro líneas de lo que tiene, él -dice- no está bien, y en resumen te diré que a parte de mejorar su dieta rica en hamburguesas de fast foods y de seguir un tratamiento microgiológico, lo que tiene que trabajar más es su cabecita loca. Más teatro y cosas de las que hacéis y menos números y no saber decir que no a compromisos a todos los niveles. Le receto sol, aire puro, ejercicio, guardar su móvil en un cajón y cometer errores.
Ha de tratar de ser menos perfecto y dejar de sentirse mal si no sabe qué decir o qué hacer a veces. ¡Qué sin vivir! Con esto me acuerdo de una anécdota del enciclopedista Denis Diderot, a quién le faltó la respuesta a un comentario de alguien en una fiesta (siempre se hacían en mansiones, en primeras plantas por las que se accedia a través de una escalera); enmudeció. Ello le produjo zozobra hasta que al bajar de la casa tuvo la ocurrencia perfecta. A esa tardanza temporal  lo llamó `esprit de l´escalier´ (el ingenio de la escalera) y la recoge en su libro `La paradoja del comediante´, del año 1773. En él decia: "El hombre cabal como yo, agobiado delante de aquello que se le retrae, se atolondra y tan sólo consigue tener la cabeza clara cuando llega al final de la escalera"
Saludos,
Salvadora Freixes