Queridita Señoga de pecho grande que vive en el campo
(jodida; sabes hacerme reír cuando más agrio parecía el día):
Cualquiera te cuenta ahora que estuvimos este fin de
semana en Bruselas. Ya sabes, donde las coles. No vimos ninguna, por cierto.
Allí la especialidad son los mejillones al vapor con patata frita. Ya ves:
tantos siglos de cultura y son peores que los ingleses con sus fish and chips y
sus rollitos de primavera de los domingos con puré de patata (que verano
calamitoso viví allí cuando era un percebe).
Dije que no te contaría nada ¡pero va!: ya que no sé
si insistes porque no hay feedback ninguno, aquí yo sólo delante del computador
(que decía Verónica Forqué en "¿Por qué lo llaman amor cuando quieren
decir sexo?" "Hmmm, niño, deja yaa, er computador" (imagina su
timbre de voz y su careto de cannabis de Rasquera, que por cierto se les está
quemando todo el bosque. ¡Ay, los cultivos!), haré hincapié en la gastronomía,
tema en el que dejaste el listón alto en tu último email con esa mariscada
regada con su vino. A saber, por cierto, en qué cantidades industriales lo
cataste para acabar en un sitio lúgubre y misterioso del que no quieres hablar,
no te acuerdas o no sabes si existió únicamente en tu imaginación. Si fueras
gay te diría que acabaste, so guarro, en un cuarto oscuro de algún antro de
tres al cuarto pero me consta (basta verte las tetas) que estás más cerca de
una estatuilla neolítica de la Fertilidad que de cualquier contertulio del
Sálvame.
Decía que no quería hablar del viaje (y casi sería
mejor que lo hiciera) y que me iba a centrar en la gastronomía (más me valdría
haberme quedado allí); a ver si puedo hacerlo sin despropósitos: cenamos el
viernes en una pizzería junto a la Grand Place llamada Finocchio (que en
italiano significa "marica"; en el tono más despectivo y más rancio
que puedas imaginar; son cosas que se perdonan en el extranjero: es como si en
París hubiera un restaurante Chez Maricón. Ejem. No sé si vale el ejemplo para
distinguir pero por ahí irían los tiros
si habláramos de Roma o Milán).
Los chocolates belgas estaban riquísimos aunque
comimos dos por cabeza. Con esos precios: 51 euros el kilo; estábamos por
pedirnos uno partido en dos trozos pero nos daba vergüenza en un sitio tan
fino. La ciudad súper animada, guapísima y los burócratas de la Comisión y el
Parlamento Europeo que nos han metido en el circo en el que estamos todos,
estaban lo bastante lejos como para que sus trajes grises empañaran de tristeza
dos días de sol y cerveza. Un chico nos lanzó en su demasía de cervezas las botellas
a la cabeza, compartimos local con el porcentaje de freakys más grande en mis
últimos años de freakismo, en el apartamento nos perseguían las cucarachas,
cienes, y el Atomium ha resultado una mierda de esferas pinchadas a unos palos
(con forma de átomo, of course), pero esto ya seria enrollarme demasiado y
también tengo derecho a mi punto de suspense, al igual que tú con tu sitio
lúgubre y cavernoso.
Besitos, cariño.
Johnny