sábado, 18 de enero de 2014

¡Navidades pasadas y a qué velocidad!

Mi querida muleta plateada con mango de goma en la que apoyarme cuando me tropiezo cual monarca jubilable de un país de pandereta,
te prometí unas palabras sobre mi periplo navideño y cómo me despiste te las junto con el pack Especial Carnavales en Sitges con 44 primaveras y menos ganas que un chocho de farolillos.
Así que al trapo:
En Bagá la Nochebuena parecía que a la generación de los padres les hubieran metido una dopamina en el coctail Bienvenida porque a los postres el salón parecía la pista del Mira quien baila. Los hijos, murmurando, como avergonzados. Yo gasté todas mis energías destrozando villancicos y me fui en el primer coche que llevaba a su casa a los dos abuelos. Los tres bien abrigaditos, diciéndonos las incongruencias de quien mezcla somnolencia con vino a discreción. Te hubiera encantado. Por lo de las incongruencias. No por el vino. Bueno, también.
El día de Navidad hubo un pequeño error de cálculo de la madre de David, quien preparo comida para diez y éramos dieciocho. Había hambre pero mucha dignidad. "Comeros vosotros los canalones, a mi con la bechamel..." "Si es que en las fiestas todo es comer y uno acaba harto" Algun malévolo: "Andreita, cómete el canelón, que te lo quita el abuelo" David me sorprendió con una tarta de chocolate hecha por él. Se le olvidó el toque esponjoso que le da el cointreau peró se lo inyectó con una jeringuilla y a reír y a bailar de nuevo. Yo no sé porque estaba más feliz cumpliendo 44 años que 43. No me preguntes. Quizás porque espero mucho de la que se nos viene encima pero eso es "posar
 s´arada davant d´es bou", que dice mi padre.
En Munich nos hizo buen tiempo todos los días.  Eso no quita que no hiciera un frío de narices. Tienen un centro histórico limitado (como en todas las grandes ciudades de Alemania) pero bonito. Lo mejor, sin embargo, fue la excursión a los castillos de Linderhof y Neuschwanstein, maravillosas excentricidades de Luis II de Baviera, el Rey Loco. Cerca de allí, en el pintoresco pueblo de Oberammergau, dramatizan durante un mes la Pasión de Cristo, función si cabe más larga que en Olesa o Esparraguera: más de seis horas de puro desenfreno bíblico. Y es que Baviera es la rareza tetona-católica. A pesar de ello mi guía se hacia eco de cierta veneración en la Catedral por la huella del diablo. Nosotros no pudimos verla ni tocarla, que es lo que toca, valga la redundancia.
En Fin de Año reservamos por teléfono en un restaurante que nos habían recomendado pero al llegar nos echaron casi a patadas porque donde habíamos reservado era en el restaurante de al lado. Nunca entenderé que hacía un póster de la competencia copando todo el cristal de su entrada.
Superado el bochorno, las risas de fondo y el mal humor de camareros y dueño, pasamos una dichosa velada. A medianoche sacamos nuestra latas de uvas y nos las comimos fatal porque en este país tienen la costumbre de hacer cuenta atrás desde diez. Entre lo rápido que van y que ya partes con dos uvas de desventaja, el caos es inevitable. No para David, que se las comió metiendo el hocico en la lata y se las zampó que ni los gorrinos de mi niñez en Algaida.
Ya antes del clímax-cambio de año, la gente se había vuelto loca con los cohetes y petardos. Ni los valencianos, Ester. Se les va la olla con la pólvora. Mejor que se contenten con eso y no con... Checoslovaquia. Para no desentonar, fuimos a varios bares de música petarda donde nos aplastaron las masas enfebrecidas hasta que tuvimos claro aquella máxima de mi abuela "Casa mía, per pobre que sia". Nada que no pase en cualquier sitio exitoso en una noche como esa.
El fin de semana de Reyes lo pasamos en Mallorca. Mis padres celebraban sus bodas de oro y nos invitaron a comer a los más allegados, unos veinte, en un restaurante. Les dimos 50 regalos, uno por año, la mayoría mamarrachos y los dos últimos: un día  en un balneario. Te parecerá poco regalo pero es que se tienen que llevar a una troupee de: hija, yerno, nieto, enfermero y aún así tienen más peligro que la Duquesa de Alba en una ducha de piscina pública.
De los regalos chorras nos encargamos en cinco bloques, primero yo: Gastronomía: pan y cebolla, miel (por lo de Luna de...), tila para los nervios,... Mis primos maternos: Aquellos locos años 60 y les disfrazamos al estilo Flower Power, peluca por aquí, gafas por allá,... Mi hermano se encargó de la sección "Pongos", -trastos que te regalan, no tiras, pero no sabes bien donde "lo pongo"- él también se curró un Certificado de Casados en Las Vegas con una foto retocada de Elvis (y la cara de él) y Marilyn (y la cara de ella). Un puntazo. Mis primos paternos se encargaron de los regalos desenfadados: bragas gigantes rojas, gorras de Bad Boy y Bad Girl, jeringuillas y auscultadores para jugar a médicos y enfermeras y con ello enlazar con la última parte, de la mano de mi hermana: Aquellos locos años 2010. Vuelven las pastillas, todo tipo de drogas y a no saber dónde coño has dejado el bolso.
El momento emotivo vino cuando hice un speech desde su ahora hasta los días lejanos en que se conocieron. Una vida llena de penurias, esfuerzo y pequeñas alegrías.
No puedo estar más de acuerdo contigo en que la vida no vale la pena si dejamos que nuestra rutina solo sea trabajar pero las generaciones pasadas no tuvieron la suerte ni de plantearse otra cosa que no fuera esa. Lo malo es que en los tiempos que corren, todos los logros se vean engullidos por la precariedad, la impotencia y el pesimismo.
Después de una semana nefasta laboralmente, David me envió este video, que es mucho mejor que cualquier inyección de cointreau, es Pura Vida...
Tuyo
Johnny